Volvemos con una sección que teníamos medio abandonada, sí sí, Artistas haciendo sus lugares preferidos. Y volvemos bien arriba, con una pintura “analógica”, de pinceles que acarician el lienzo, con una temática de ADN bien rosarino: el Río Paraná.
Se trata de una acuarela que Agustín Rueda pintó para esta sección (y que está a la venta, escríbile a su Instagram si la querés). Agustín es un artista de la ciudad, fanático del río y el kayak. Y es capaz de explicar esa pasión describiendo detalles: “Me gusta mucho el ruido de las olitas -dice, y aclara-, sí, olitas, las que se generan por la corriente, y no por las lanchas, las que son chiquititas, sutiles, pacíficas, las que pueden sonar un septiembre a la mañana, y no un diciembre a la tarde”.

“Pintar en acuarelas es muy especial. Te invita a soltar la mano”, dice Agustín.
Ya parece un lugar común decirlo, pero creemos que es tan increile que nunca es suficiente: hace no muchos años Rosario era una ciudad en donde casi ni se veía el río. Eran muy pocos lxs rosarinxs que lo disfrutaban. Agustín pertenece a la generación que se adueñó del agua marrón. “El Río Paraná es para mí, mi identidad. Soy de esa generación que aprendió a amar la costa desde chiquito. Las tardes en el Caribe Canalla pescando con mi viejo, las noches del Parque España, los atardeceres en el Urquiza, en esos pedacitos de la barranca por los cuales se puede ver el río enmarcado por los árboles, y, ahora, en mi adultez, la isla, que es para mí la cúspide de quienes disfrutan el agua en Rosario”, explica.
Otra de las pasiones de Agustín es la pintura. Dice que pintar “es poder detener el tiempo en una imagen”, una especie de descanso. “Pintar para mi es como estar en la isla. Es olvidarse por un rato los problemas en el armario, para dejarlos salir más tarde”, nos dijo. Arrancó en la cátedra Expresión Gráfica, cuando cursó el primer año de arquitectura, y nunca más lo largó.

Antes de pintar el papel tiene que mojarse debajo de la ducha y esperar a que se seque.
“Pintar en acuarelas es muy especial, y muy distinto a otras técnicas como el óleo o el acrílico. Te invita a soltar la mano, a dejarte llevar por la fluidez del agua y la hoja chorreándose. Hay una infinidad de efectos que se pueden lograr con acuarelas. Y cuando agarrás un poco más de cancha podés empezar a jugar con otros pigmentos solubles, y con otras soluciones. He pasado a jugar con vino, con tinta china, con jugo de remolacha, con café, con alcohol etílico, con sal gruesa, con jugo de limón, en fin, con muchas opciones. La variedad de materiales y de resultados es infinita”, explica sobre la técnica.
A nosotros nos encanta inmiscuirnos en los detalles, por eso nos viene bárbaro que nos explique cómo es su proceso de pintado. ¡Acá va! “El paso a paso de una de mis pinturas es un ritual: se recorta el papel de la medida deseada -ya que viene en pliegos de 90 x 70 cm- se lleva ese recorte abajo de la ducha para mojarlo en su totalidad y que las fibras del papel empiecen a romperse. Este es un proceso físico que hace que el papel no se arrugue cuando se pinta con mucha agua. Luego se deja secar”.

Agustín Rueda posa sosteniendo su obra de arte, una oda al Río Paraná.
Y sigue: “Una vez que el papel está completamente seco empieza lo divertido: las primeras líneas en lápiz conforman el dibujo, y luego se comienza a pintar. Las pastillas de acuarelas deben ser humedecidas previamente, para que el pigmento seco se libere fácilmente de su estuche. Nos sentamos, cargamos un frasco de café vacío y limpio con agua, y empezamos a pintar. Capa sobre capa”.
Y para terminar nos quedamos con su situación ideal para esta labor. “Es sentarse, preferentemente en invierno, con café de por medio, poner en Youtube un álbum de Bándalos Chinos, de El Kuelgue, de Parcels o de alguna banda tranquila. Cuando llueve me gusta mucho escuchar en particular el álbum de Ella Fitzgerald y Louis Amstrong, o algo de Pink Floyd”.

Agustín preparando su kayak para cruzar a la isla.