La semana pasada se conoció el proyecto ganador que le dará una nueva cara a los silos del Museo Macro y, como cada vez que se pintan, la decisión generó adhesiones, pero también rechazos, la típica polémica nuestra de cada día.
Más allá del nuevo diseño elegido por el jurado, que a nosotros nos gusta, nos parece una buena oportunidad de hacer un repaso por las distintas caras que han ido tomando los silos del Macro desde su inauguración en el año 2004… y desde antes también.
Los Silos Davis (su nombre original) se construyeron en 1935 y su función era la de almacenar granos antes de ser cargados en los barcos que amarraban junto a las barrancas del río Paraná. La ciudad cambió tanto en los últimos 30 años que vale la pena recordar que toda esa zona era portuaria, que no había ningún parque y que los Davis eran solo una pequeña parte de todos los silos que había por allí y que fueron demolidos a partir de la década del 90.
Este edificio tiene una particularidad y por eso mismo tuvo la suerte de no haber sido demolido: lo construyó Ermete De Lorenzi, un genio de la arquitectura, uno de los más grandes arquitectos que han pasado por nuestra ciudad. Y no solo eran 8 cilindros de hormigón, NO. Los silos tienen una torre de 10 pisos anexada en donde funcionaban las oficinas de la empresa cerealera y en donde ahora el museo desarrolla su actividad. Si mirás esa torre por fuera vas a ver que está plagada de detalles propios de la arquitectura racionalista, a la que adscribió el gran Ermete.
Desde que se lo construyó -en 1935- los silos mantuvieron su color original, el del hormigón. Esto duró hasta que el edificio se convirtió en la sede del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario. Allí fue cuando se trazó esa línea maestra que hoy se convirtió en un hecho inamovible e incuestionable, una sana constumbre: llamar a concurso para definir con que diseño pintar la fachada de los silos.
Cuando el Macro inauguró, un 16 de noviembre de 2004, salió a pista con la fachada pintada en colores pastel, siguiendo lo definido en el primer proyecto ganador de la historia, el de la arquitecta rosarina Cintia Prieto. Aquel diseño siempre nos hizo acordar a una caja de pinturitas, fue un flash, el Macro aparecía en escena con toda furia.
Cuando ya pensábamos que esos colores quedaban para siempre, en 2010 llegó el turno de renovar. De ese concurso surgió ganador el diseño de un rosarino de 26 años, Martín Marcos Agüero. Ahora pasamos a una paleta de colores estridentes que representaban “las cuatro estaciones del año y los cuatro momentos del día; la gama de grises dan cuenta de las etapas de la vida desde la infancia hasta la vejez; y las cuatro flechas se remiten a los puntos cardinales”, según se explicó en su momento.
En 2016 llegó el tiempo de llamar a concurso por tercera vez y en esta ocasión el diseño ganador tenía 3 autores: Juan Esteban Maurino; Ezequiel Alberto Dicristófaro y Maite Pérez Pereyra (todxs rondaban los 30 años). Con ese diseño -que todavía hoy puede verse- aparecieron las figuras geométricas, apoyadas en una paleta de 12 colores y con una explicación bastante volada que no nos da el espacio para desarrollar.
Y así llegamos a 2023 con este cuarto concurso recién salido del horno. El diseño ganador, de lxs arquitectos Florencia Meucci y Manuel Cucurrell, es probablemente el más disruptivo respecto a lo que veníamos viendo. Los silos pasarán a estar pintados de rosa pero lo loco de la propuesta es que no se va a pintar como siempre, con pinceles o rodillos. La pintura va a chorrear desde el techo y va a generar un veteado que hará contraste con la pintura base (que remitirá al color original del edificio). Para eso van a tener que diseñar un dispositivo especial que permita hacer chorrear la pintura.
Lo que los ganadores buscan es que el momento del pintado pase a primer plano y sea una performance en si misma, algo que la gente quiera ir a ver. Hay que admitir que la propuesta corre la frontera y que empatiza de maravillas con las ideas que pululan dentro de un museo de arte contemporáneo.
Sobre el color rosa, cuentan sus autores que buscaron “generar algo que contraste pero que a su vez armonice. Pensamos en el marrón del río, el verde de las copas de los árboles que están ahí entremezclándose con los silos, el cielo y el ocre del museo”.
Y a vos, ¿qué te parece? ¿Vas a ir a la performance?