Fotos: Cortesía de Augusto Saracco.
“Si no te gusta, andá a comer al Rich”. Esa fue la frase de cabecera durante mucho tiempo cada vez que alguien osaba decirle a su madre que la comida que había preparado no estaba muy buena.
Es que el Rich, en base a la calidad suprema de sus platos, se había instalado como una referencia de buena gastronomía, que incluso excedía los límites de la ciudad de Rosario. “Si no pasaste por el Rich, no conocés Rosario”, fue uno de los lemas de local en algún momento.
El lugar tenía muchas particularidades más, era una eminencia, no solo por su gran nivel culinario, su rotisería o su distinguido gran salón. Era sobre todo, como dice Augusto Saracco, sobrino nieto de uno de sus fundadores y exmiembro de la empresa, “una gran factoría de comida”. Entraban los animales enteros y salían como platos de comida. Solo ingresaba materia prima, nada de productos terminados. Todo lo que se vendía se producía ahí mismo, hasta el pan.

El origen del Rich se remonta al año 1932, sobre calle San Martín, frente al excine Gran Rex. Para 1942 se forma una nueva sociedad, Saraco-Tejedo, y se mudan a su última ubicación, San Juan entre San Martín y Barón de Maua. Frente a lo que por entonces (y hasta 1962) era el Mercado Central, que era epicentro de montones de locales gastronómicos. A la vez, muchas de las materias primas provenían desde allí, sólo había que cruzar la calle.
No se que piensan, pero sería una buena época para viajar en el tiempo, pasar por el Mercado a curiosear, y después entrar a almorzar un buen plato de ravioles al Rich. Que aparte, en aquel momento contaba con un patio tipo chopería, más popular, para recibir a los trabajadores y clientes del mercado. Así que, ¡Valentino, unos ravioles y un chopp por favor!
Y, ¿porque ravioles? Bueno, es el plato más recordado del lugar. Cada vez que alguien lo rememora en alguna red social, los ravioles se llevan la mayor cantidad de menciones. Y la especialidad eran tanto los de verdura y pavo como lo ravioles a la Príncipe de Nápoles, que tenían mozzarela, jamón, salsa de tomate, un poco de bechamel, y se gratinaban en el horno. Doc, ¡vaya trayendo el Delorean!
También se recuerdan los pollos hechos al spiedo de leña (que nivel, diosmío); las pascualinas gigantes de alcaucil (las preferidas de China Zorrilla, que era habitué cuando andaba por la ciudad); el blanco de pavita, que se comía frío, filetado, y provenía de un pavo de 15 kilos; el “Corte Marianito”, carne a la parrilla que después fue conocido como “T-bone”; y tantas otras cosas más.
Le damos un lugar especial al Villaroy (pronunciesé vilagruá) de pollo con puré de castañas. ¿En que consistía? Pechugas de pollo salteadas, luego pasadas por salsa bechamel con queso rayado, luego empanadas, y por último fritas. Una bar-ba-ri-dad. Muchos recuerdan también el risotto, los canelones a la Rossini, las cintitas de espárragos, las picadas con vitel toné, las empanadas de vigilia, el lomo Eduardo VII, el lechón o las pizzas altas hechas en asaderas de hierro.
Pasando a los postres, si llegabas con espacio en la barriga podías deleitarte con tortillas de manzanas flambreadas, el tiramisú, los flanes o, el postre de otra galaxia: sambayón casero batido en un caquelón de cobre. ¡Mamita querida! ¿Como se puede escribir esto sin querer comerse todo?
¿Y donde salían tantas creaciones, eh? Es que el Rich era enorme. Viéndolo desde al calle, de un lado tenía el gran salón restaurant, con 240 cubiertos. A lado, la rotisería, con unos mostradores gigantes, se extendía hasta la cocina. Todo lo que comías en el salón lo podías comprar para llevar. Nadie que haya pasado por ahí puede no recordar los quesos gruyere gigantes, del tamaño de una rueda de tractor, que fraccionaban y vendían al peso.
Los domingos era una fija la cola para comprar las pastas del mediodía. Y cuenta la leyenda que más de unx decía preparar ravioles caseros cuando en verdad los había comprado en la roti del Rich, ¡que chingüengüenchas! Otra tradición de muchxs era que el día de cobro del salario se iba a comer al salón.
Y en la planta alta se encontraba el depósito y la cuadra de panadería. De ahí salía toda la panificación, las pastas y se cocinaban los bichos gigantes que se transformaban en platos: lechones, pavos, corderos, y demás.
Lamentablemente el Rich cerró sus puertas en el año de 2006, luego de quedar golpeado por la megacrisis del 2001 y no poder encarrilarse más. Sin embargó, en Locanda Valentino, queda parte de su legado, mantenido por uno de sus cocineros. Todavía se pueden comer platos como tallarines al blanco de pavita y el glorioso postre de sambayón. Sólo tenés que preguntar a al mozo, cerrar los ojos, e imaginarte que estás en el Rich.