Este es de los bares que fueron tótems del barrio Echesortu. Abierto desde 1920, tenía todos los condimentos de un bar clásico, de habitués (por lo general hombres): mesas de billar, casín, cartas, cerveza, rockola, vermut y café.
En la fachada, arriba, sobre la cornisa, los típicos carteles de chapas que tanto nos gustan y que rezaban “Café Bar La Capilla”, rodeado por vivos verdes y en el costado derecho el logo de 7 Up (como tenía El Cairo antes de su remodelación)… un viaje al clasicismo de los bares!
En los ventanales, desde donde los parroquianos dominaban tanto Mendoza como el Bulevar Avellaneda, la pintada con el logo de Quilmes. Y a su costado, con letra imprenta mayúscula, roja, esa leyenda que tan bien hace: “AQUÍ CHOPP”. Tan certero, tan claro… a veces es todo lo que se necesita: saber que luego de atravesar la puerta uno podrá sentarse a disfrutar un buen chopp de cerveza.
Sobre sus baldosas calcáreas, sus sillas, mesas y la larga barra de madera, la clientela ya se sentía dueña del negocio. Para ellos La Capilla era tan propia como el trole, siempre enganchado a los cables por calle Mendoza.
Ubicado en el punto de referencia de Echesortu, dice el historiador Nicolás De Vita, que este bar, nacido a la sombra del campanario de la iglesia San Francisco Solano, “fue epicentro de toda actividad ciudadana, un pequeño foro romano (…) una ciudad pequeña metida en la gran ciudad”.
Cuenta Rafael Ielpi, que desde la terraza del Café, Bar y Casín La Capilla -su nombre original- se “anunciaban los inicios de los bailes de máscaras del Carnaval, mientras abajo las comparsas se adueñaban de la calle”. Y también que en esa esquina, “en 1961 se realizó el acto inaugural de la nueva línea de trolebuses K”. Pedazo de esquina, ¿eh?
Había una imagen que era frecuente observar: niñxs que corrían hasta el bar para avisarles a sus papás -que estaban jugando al casín- que, en casa, la comida ya estaba pronta.
Por ese rasgo que adquieren las cosas que pasan a ser baluartes, es que la gente en la zona sintió un vacío en el pecho cuando su último dueño, Roberto Nakamatsu, allá por abril de 2009, avisó que el bar cerraba sus puertas. Fueron días de congoja e intentos de que el fin no suceda… pero sucedió. El último día el bar se llenó, como hacía rato no sucedía. Una señora cantó un tango de despedida, y atrás de ella otros siguieron tangueando.
Por suerte hoy sigue en pie otro bar en esa esquina. Aún con notables diferencias, Roma mantiene prendida la cafetera que calienta esa parte de Echesortu.
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