Hoy se cumple 51 años de los sucesos que desataron lo que se terminó conociendo como el rosariazo. Un 16 de mayo del 1969, cuando empezaba el ocaso de flower power hippie, la represión policial transformó una marcha estudiantil en una movilización popular.
Y a medida que pasa el tiempo, los recuerdos del estudiante asesinado por la policía, más los otros muertos de aquí y de allá, se van destiñiendo en los libros de historia. Pero el arte tiene la capacidad de transformar imágenes en íconos, en figuras que se pegan en la retina y trascienden el tiempo. Todo empezó con la serie de imágenes que Carlos Saldi inmortalizó con su cámara de fotos, desde la línea de fuego, al servicio de la revista Boom (esas fotos hoy integran la colección del Museo de la Memoria).
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De esa seríe de fotos, en el blanco y negro de la época, se destaca por peso propio, la imagen de una mujer en minifaldas trasladando un gigantezco pedazo de madera para prenderlo fuego en una barricada. Es una foto hermosa. Algunxs la llamaron “la chica del tirante”, otrxs “la chica con el palo”.
No importa el nombre, la cuestión es que de a poco se fue transformando en ícono. Allá por el 2009, en conmemoración de los 40 años del rosariazo, Javier García Alfaro y un equipo de compañerxs, diseñaron un stencil y llenaron las paredes de la ciudad con 40 figuras de la chica del palo. Y así, llevaron una imagen histórica al terreno del arte popular y callejero.
Y hace un puñado de años, la artista y diseñadora Florencia Garat, desde su emprendimiento, Mundo Argentino, le dio un empujoncito más y llevo a la chica del tirante al mundo colorido del arte pop. ¿Qué hizo? La transformo en en pines esmaltados, parches, estampas, broches, pinturas, tapices… y hasta en medias!! Y entre la belleza de los objetos, la curiosidad de quienes los ven, y el uso de quienes los compran, la chica del palo se va convirtiendo en un ícono de la rosarinidad, cada vez más presente.
Dice Florencia: “Tiene mucha historia esa foto. Es ideal como símbolo, resume muchas cosas y tiene mucho encanto visual. Yo me la tatué”. Y por ahí va el rosariazo, lucido en la ropa de lxs rosarinxs y pintado en las paredes de la ciudad.