Hoy es el Día Internacional del libro y no queríamos dejar de hacerle un homenaje a estos objetos que tanto amamos.
Tantas cosas representan los libros, pero hay una especial, que sentimos algunxs: la protección que nos brindan. Esa sensación de que terminando ese libro que estamos leyendo vamos a ser un poquito mejores. A veces buscamos eso, ese libro que nos proteja como protegía a Teresa en La insoportable levedad del ser (Milan Kundera, 1984), cuando vagaba errante por las calles de Praga con la única certeza de tener el grueso Ana Karenina de Tolstoi bajo el brazo.
Ese amor por los libros llevo al autor de El gran Gatsby, Scott Fitzgerald, a decir esto: “Soy bastante ermitaño y supongo que los libros significan para mi mucho más que la gente”. O que nos cuentan de Borges que, ya ciego, seguió llenando su casa de libros; y a pesar de no poder leerlos “sentía como una gravitación amistosa del libro”. Eran su fetiche, su amuleto, sus objetos de adoración.
Ojo que un libro también te puede dañar, molestar y perturbar. Y la pila de libros que nos esperan en la mesita de luz también. Los libros de la repisa a los que todavía ni siquiera le sacamos el nailon que los envuelve por lo general nos molestan, porque ye empezamos a dudar de si alguna vez los vamos a leer.
Hace más de cien años, el filósofo y sociólogo alemán Goerg Simmel, en su ensayo El concepto y la tragedia de la cultura, afirmaba que la sociedad moderna exacerbó la cantidad de creaciones culturales, generando un desequilibrio entre la producción de las mismas y la capacidad de ser recogidas por las personas; por un lado la infinidad e inmortalidad de unas, y por el otro la finitud de la vida humana. Esta incapacidad de apropiación -concluía Simmel- genera angustia, ansiedad y desamparo.
Es lo que nos pasa con todos esos libros, como cada vez que entramos a una librería y vemos mil cosas que nos gustaría comprar, autores que sabemos que son buenos pero que no leímos nunca… en fin, los libros también te pueden torturar.
Por eso Schopenahuer decía que junto con los libros deberían vender el tiempo que se necesita para leerlos. No estaría mal. Por eso mismo Osvaldo Soriano decía que “si un libro me aburre a las quince o veinte páginas, lo dejo. Porque la vida es muy corta y los libros son muy largos”. Y el Negro Fontanarrosa argumentaba que los autores que escriben libros gordos abusan de la confianza del lector. “¿Por qué le tengo que brindar tanto tiempo a esa persona?”, ironizaba.
Así que, ¡a leer que se acaba el mundo! Y ya sabemos lo que explicó Simmel, así que hagamoslé caso al Gordo Soriano, libro que arrancamos y no nos gusta, libro que regalamos. ¡Hay libros muy zarpados que nos están esperando como para andar renegando con cualquier libro de porquería!







