Finalmente se nos dio y después de 36 años otra vez vimos a nuestro capitán alzar la maravillosa Copa del Mundo. Otra vez, como en el 78 y como en el 86.
Esa copa que nos resultaba tan esquiva y que solo podés intentar ganarla una vez cada cuatro años (si clasificás, claro). Resulta tan difícil ganar un mundial de fútbol que ahí mismo radica la respuesta a porque es algo tan deseado y festejado.

Messi toca la copa con delicadeza, como un objeto mágico (foto: EPA).
Ok, la copa es el trofeo que te dan cuando ganás el mundial y la queremos tanto por lo que representa. Sí y no. Representa todo eso, seguro, pero el trofeo en si mismo, como objeto, es una hermosura. Digamos que -estéticamente- no podría estar más a la altura de todo lo que simboliza.
Porque la Copa del Mundo no es parecida a ningún otro trofeo de ninguna otra competición; es única. Es una joya, un dije gigante que resplandece, como un objeto místico con poderes ocultos. Los que somos futboleros podríamos quedarnos horas mirando esa pieza de orfebrería. Lo mismo le pasó al Diego y ahora a Messi cuando se las entregaron después de ganar el mundial. Lo mismo le pasó a Messi en el Maracaná después de perder la final con Alemania, cuando un camarógrafo lo agarró justo mirando la copa como un niño que observa algo tan deseado como inalcanzable.

La cara de Messi lo dice todo, acaba de perder la final con Alemania, en 2014, y ve como se le escapa el totem (foto: Bao Tailiag).
La cuestión es que este fetiche hipnótico fue creado en 1970 por Silvio Gazzaniga, un escultor italiano, después de que la FIFA llamara a un concurso internacional para reemplazar la vieja copa Jules Rimet, que se entregó entre 1930 y 1970. Gazzaniga era el director artístico de GDE Bertoni, un taller ubicado en Paderno Dugnano, pequeña localidad al norte de Milán. Bertoni era -y es- una empresa especializada en diseño y manufactura de copas, medallas y trofeos (también son los que hacen la UEFA y la Champions League) que solo tiene 12 empleados y trabaja en forma totalmente artesanal.

La réplica que se entrega cada 4 años en pleno proceso, en la fábrica italiana (foto: Paolo Vezzoli).
El diseño de la Copa del Mundo quiere representar la alegría, el júbilo y la grandeza del atleta en el momento de la victoria: dos futbolistas sostienen al mundo con sus manos. Pesa 6,170 kilos y mide 36,8 centímetros. Está compuesta por oro macizo de 18 kilates casi en su totalidad y, en la base, lo verde es mármol verde malaquita que se consigue principalmente en las montañas de Sudáfrica.

Argentina ya es campeona y Angelito Di María la acaricia como a un ser amado (foto: FIFA).
Pero claro, esta copa se hizo una sola vez y el primer país en ganarla fue Brasil, en Alemania 74. Desde ese mundial solo la entregan en la ceremonia de premiación; el trofeo que los equipos se llevan a su país es una réplica que la fábrica Bertone hace cada cuatro años y está elaborada con una combinación de cobre, zinc y bañada con tres capas de oro.

Diego en 1986, admirando el inalcanzable objeto de deseo (foto: Getty Images).
Cada tanto la copa original -que se guarda en un bunker dentro de la sede de FIFA, en Ginebra- vuelve a la fábrica que la creó para que la reacondicionen y la dejen reluciente otra vez. En su base, la original tiene grabados los nombres de todas las selecciones que la fueron ganando desde 1974. Desde el domingo también aparece la leyenda “Argentina 2022”. ¡Vamos carajo!

Messi y Fideo no pueden creer que en la base de la copa ahora también diga “Argentina 2022” (foto: EFE).