Rosario tiene una buena cantidad de galerías comerciales repartidas por todos sus barrios: Galería Norte en Arroyito, la Mercurio, Independencia, Rosario y Del Paseo en el centro, Galería Echesortu, Galería Paseo Sur en San Martin al 5000, entre otras. Pero la paradoja es que la madre de todas estas, la más vieja y la primera no es una galería sino un pasaje: EL PASAJE PAN, un lugar que para muchos es un rincón desconocido de la ciudad.
Hacé esta prueba: preguntale a cualquier peatón al azar que ande una mañana por la peatonal Córdoba “dónde queda el Pasajr Pan” y vas a ver que muy probablemente no tenga idea. Pero de inexistente este pasaje realmente no tiene nada.
El pasaje existe desde hace mucho y antes de ser galería supo marcar varios records. Fue la primera casa de tres pisos que se levantó en Rosario, por ende, el primer “rascacielos” rosarino. Su segundo hito fue ser la primera galería cubierta del país; Rosario se ponía así a la vanguardia de la estética de los nuevos centros comerciales que se marcaba desde Paris. Y porque no hay dos sin tres, el Pasaje Pan fue el tercer edificio en tener su propio ascensor, que de hecho todavía sigue subiendo y bajando.

Técnicamente es un pasillo angosto que une las ruidosas Santa Fe y Córdoba cortando al medio la manzana entre Maipú y San Martin, bajándole el volumen al bullicio y agite del centro. Parece un pasadizo que no tiene un registro temporal fácil de ubicar porque muestra una mezcla de estilos arquitectónicos de distintas épocas que lo vuelven un túnel ecléctico, aunque cláramente nos remite a los principios del siglo pasado.
Como decíamos, es súper viejo y nace -allá en el lejano 1899- como un pasillo de oficinas a ambos lados, desde la calle Santa Fe hacia el centro de manzana, en donde terminaba. Quince años después, continuaría hacia Córdoba, ya como una galería comercial, mucho más grande que su primer tramo, atravesando por debajo a la propiedad de la familia Lejarza, construida en la planta alta.

Pero antes de que eso pase la historia empieza con Antonio Esquivel, un español que supo ser alcalde mayor y juez de la Villa del Rosario. Los Esquivel, dueños del terreno donde hoy se asienta el Pasaje Pan, se lo dejaron a su yerno, Joaquín Lejarza, quien decidió en el año 1871 levantarse un pedazo de mansión señorial con entrada de carruajes y cocheras en su planta baja.
A la hora de diseñar su mansión los Lejarza tiraron la casa por la ventana, le pusieron de todo lo mejor: piso de mármol de carrara en forma de damero, baldosas de granito, hierro forjado y un techo de vidrio en el corazón del pasaje (sin dudas la joya del lugar). Se cree que quisieron convertir en pensiones toda la primera planta mientras que la planta baja la destinaron a paseo comercial. A su vez, el edificio tiene un secreto, por debajo de toda esa estructura corre un túnel de 45 metros en forma de bóveda que merece una visita, actualmente funciona un coworking que también tiene una galería de arte.

Pero ¿por qué Pasaje Pan? ¿o Pam? Rápidamente podemos asegurar que es Pan, con ene. Andrés Pan, el hombre en cuestión, de origen español, fue quien en algún momento de la historia compró toda la propiedad. Este Pan instaló en la planta baja una suerte de almacén de ramos generales mayorista, y dicen que era tan, pero tan avaro que a sus empleados los hacía subir y bajar las escaleras silbando, para que no se comieran la mercadería.
El señor Pan o Mister Pan como lo llamaban en el Bank of London -por eso muchos sostienen que era inglés- era un tipo soltero, con muchas propiedades por toda la ciudad y sin herederos. Vivió sus últimos años en la planta alta -donde actualmente también hay algunas pocas viviendas- y por aquellos días decidió ceder toda la propiedad al London and River Plate Bank con la condición de percibir una renta hasta el día de su muerte. Pero las cosas no salieron muy bien porque a los 3 meses Pan murió.

Décadas después la propiedad del inmueble pasó a manos de una compañía llamada La Esmeralda que en 1957 resolvió vender todos los locales bajo el regimen de propiedad horizontal. A su vez estos locales respondían a la idea de espacio público por ende cada una de esas puertas llevaban una numeración independiente que corría con la altura de calle Maipú.
¡Ahora sí, momento de un tour! Si empezamos el recorrido desde la peatonal hacia Santa Fe van apareciendo las vidrieras que ofrecen desde pinceles y pinturas para artistas hasta una imprenta y un luthier rodeado de guitarras y violines que enfrenta a la tradicional Marquería Rivoire, uno de los locales más antiguos.

Unos pocos metros más y llegamos al corazón del Pasaje Pan, el patio. Debajo de la cúpula de vidrio (un lujazo, no nos cansamos de repetirlo), mesitas y sillas ofrecen el escenario para tomarse un cafecito y disfrutar del viaje al pasado. Un pequeño bar, pero bar al fin, que tardó tiempo en llegar, según cuenta Flor Balestra, artista rosarina, que hasta no mucho tiempo atrás tenia su embajada comercial: Peccata Minuta, un reducto pituco y amigable para las producciones de artistas locales y nacionales. Flor, fue una de las impulsoras de la conservación y la actividad cultural del Pasaje Pan durante más de 30 años.
Durante varias temporadas supo tener sus happening rosarinos, nutridos after offices, muestras de arte, recitales, talleres, tatuadores, diseñadorxs, bailarines, venta de antigüedades y además ser un escenario codiciado para decenas de producciones fotográficas y clips.
Para ir terminando el tour, al encarar hacia Santa Fe por ahí tienen suerte y escuchan al pianista haciendo gala de su talento y los acompaña con música hacia tramo más viejo del Pan.

Todo se hace más apretado, finito y va dejando atrás la luminosidad del patio para volverse más taciturno y pintoresco. La iluminación, el piso estilo veneciano y los postigos de madera ayudan a generar un clima de antaño. El misterio de las puertas cerradas se crea al transitarlo, misterio que se vuelve intrigante cuando surge el cartel de la Asociación Rosarina de Esperanto, duda que los acompañará hasta el final del recorrido a calle Santa Fe: ¿qué hace eso acá?
En fin, el Pasaje es una suerte de rincón inexplorado por muchxs, un reducto con una rica historia que representa algo esencial de la idiosincrasia rosarina. En un lugar de pocos metros cuadrados logran convivir una pluralidad de comercios, profesiones, hobbies y estilos en un viaje en el tiempo a la Rosario de principios del siglo XX. Y a su vez, un viaje a las gloriosas galerías parisinas. Y es así, no vas a encontrar en Rosario algo más parecido.