Bocha de pibes se trepan a la cubierta de este barquito todos los fines de semana, mientras padres y madres los vigilan desde tierra firme. Los minimarineros, chochos, juegan a navegar a miles de nudos por el océano yendo a conquistar alguna isla remota hasta que el viento cese, se aburran y se quieran bajar.
Los más grandes que pasan cerca de esta nave siempre que la miran se preguntan “¿y este qué monumento será?”; y los más curiosos se le acercan un poquito más decididos a buscar una leyenda o cartel para poder sacarse la duda.
Y aparece una placa -no en el mejor estado- con información escasa, pero información al fin. Algo es algo, pero a nuestros sabuesos del departamento #PlanaxiaInvestiga este algo no les cerraba en lo más mínimo. Viejos lobos de mar, intuían que había más detrás de este barquito que cada noviembre navega entre la neblina y el humo de los brochettes y choris que sueltan las parrillas en el Encuentro de Colectividades. Y a pesar del paso del tiempo, hace años la vemos ahí encallada, nada la mueve, y sigue sabiendo ser testigo de festejos canayas, leprosos y hasta probablemente útil refugio de algún borrachín al salir de los boliches de la Fluvial una fría noche de invierno.
La placa en cuestión, dice: “La Nave de Zvonimir. Aun está aquí sobre dura roca postrada y encallada. Ocho siglos la agredieron con furia desenfrenada (…)”. Y concluye “En Homenaje a la Republica de Croacia, su Inmigración y al país que la cobijo”. ¡Perfect! Un homenaje de nuestra ciudad, nuestro país, a la comunidad croata que no hace más que abrir un océano de preguntas sin respuestas que nos lleva a desembarcar en la rica historia que terminó dejando para siempre a esta lancha en el parque Nacional a la Bandera.
Vamos por parte, por un lado, está presente la colectividad croata rindiéndole tributo a sus inmigrantes y a su comunidad, que se reúne en cada fecha patria ahí mismo. Pero el lado B de todo esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿de dónde salió este barco que parece haber tenido una vida intensa? Es que, efectivamente, el casco de esta nave tiene una intrigante historia que da para contar.
El Barco
Después de algunos llamados dimos con sus dueños originales: los Beggino, oriundos del barrio Saladillo. Walter, de unos frescos 84 años, recuerda con vivida memoria los primeros días de la embarcación. Su abuelo, Juan Beggino, la mandó a construir a los Astilleros de Salvador Aliot que estaban -para principios de siglo- a pocos metros de donde hoy reposa la lancha que en su popa lleva escrito un nombre: “Bichini”. Dice Chiche, como le dicen en Saladillo a este personaje entrañable, que la anguilera (el soporte donde se colocan las lanchas en tierra) fue tirada por bueyes desde el astillero hasta el río y ahí marcó rumbo hacia la zona sur de Rosario. Esto fue en 1902, hace tan solo 121 años (?).
Timoneada por su abuelo, la Bichini tenía un alto motor para la época, algo así como manejar una Ferrari de río hoy en día. Cumplió funciones como flete para llevar y traer mercadería a Victoria y a puertos regionales, para hacer el cruce a las islas, prestó servicios para la agencia marina Thompson y también para dar apoyo a embarcaciones más grandes, como buques. Y según nos comenta Chiche nunca pero nunca fue usada para cosas non-sanctas, es decir, el mercado negro, el tráfico de puchos, alcohol y personas, sobre todo pensando en aquellos días en donde se conocía a Rosario como la Chicago Argentina.
La Bichini, ¿por qué?
Ahora, transformada en monumento, se llama La Nave de Zvonimir pero supo ser célebre por la zona de Saladillo como “La Bichini”, y acá se enganchan varias versiones sobre su nombre. Chiche, aún no sabe el por qué pero tiene dos, una negra y la otra, tirando mas a un color verano. Su abuelo Juan, que era originario de la región Liguria de Italia, una mañana le dijo que por aquellos lares significaba sepulturero. La segunda versión -bastante más simpática- dice que una vez un marinero tano, de cubierta a cubierta, cuando leyó el nombre de la embarcación, le gritó que eso en su barrio no es ni más ni menos que “biquini” “¡quello è un bikini”!, y nosotros estamos seguuuuriiiiisimos que eso gritó el tanito, así que debe ser por eso.
Los últimos días de la lancha no fueron los más brillantes, ya estaba vieja y un poco desgarrada, por eso los hermanos Beggino decidieron sacarla del agua para repararla pero resultó que arreglarla salía mas cara que comprar una nueva, razón por la cual la lancha nunca más volvió a ver un astillero y quedó allí, en tierra firme, a la vera del arroyo Saladillo.
Los vecinos del barrio la recuerdan con amor y cariño, algunos dicen en las redes: “ahí aprendí a amarrar y sobretodo a navegar”. Otros, “siempre me llevaba todos los fines de semana. (…) Íbamos del Swift hasta la Fluvial y desde ahí llevaba gente a pasar el día al Charigüe hacía dos viajes de mañanas y dos a la tarde paraba en una cava de arcilla. Hablo del año 57 en adelante”. Muchos recuerdos, pero sobre todo unánimemente destacan el buen trato y la cercanía de esta familia con la gente que paraba en la calle Diana, en el tradicional barrio sureño de Rosario.
El lugar, la Fluvial
En un lugar privilegiado de Rosario, frente al Monumento y a pasos del Río Paraná, en el ingreso a La Fluvial, gozando de una vista inmejorable de la ciudad, el arquitecto, nacido en Croacia, Dražen Juraga decidió que este sería “EL LUGAR” para instalar un símbolo a su comunidad.
Cuentan que el monolito tenia como plan A ser una plazoleta en los bosques de Palermo de Capital Federal, pero alguien se puso la gorra -seguro algunos palermitanos ortodoxos- y Dražen, que tenia el pedido oficial de la embajada croata, emprendió el regreso a la ciudad para buscar un nuevo escenario y construirlo acá.
Nada la altera, nada rompe su espíritu, que es rendirle tributo a la comunidad croata, dice su arquitecto, quien se inspiró en un poema croata que aprendió de chico cuando dejaba su país natal. El poema de Vladimir Nazor llamado La Nave de Zvonimir describe a Croacia como una nave encallada que sobrevivió a los azotes del mar, el viento, los embistes de las olas pero que sigue ahí, encallada. Esta imagen que evoca lo persiguió toda la vida y por eso al momento de celebrar la independencia croata, ya tenia definida su forma de homenajearla.
El arquitecto croata tenía definido el lugar y el homenaje para construir el monumento, pero le faltaba encontrar el barco que represente a La Nave de Zvonimir, a la nación croata. En eso estaba cuando dio con la Bichini, que se encontraba encallada en la costa del arroyo Saladillo, librada al abandono. Era lo que estaba buscando, así que se puso de acuerdo con los hermanos Beggino y se la llevó para la zona del Monumento.
El barco es entonces un icono que une dos comunidades, dos poblaciones que migraron a nuestro país cruzando el Atlántico y no solo contra viento y marea sino también escapando de pestes, hambrunas, conflictos políticos y un abanicó de cosas horribles. Y por todo eso hoy tienen como recompensa este honorable espacio en la ciudad, a metros nomás del Paraná.
En el año 1997, durante la gestión de Binner, se emplaza e inaugura La Nave de Zvonimir con presencia de la embajadora croata, y así se convierte en monumento, cargando en su estructura una bocha de años y años de historia tanto de este lado del rio como de aquel lado del océano. Más de un siglo de vida tiene la Bichini. Y hoy en día Dražen Juraga, Chiche, la familia Beggino, cada croata, inmigrante o cualquier oriundo de Saladillo dicen que al pasar por la zona de la Fluvial no dejan de emocionarse al verla. No solo porque sigue ahí, encallada, sino porque ya es parte de la ciudad; y sino pregúntenle a la tripulación de pibitos que se embarcan a la aventura cada fin de semana.
#ExtraTips
1# Celebrities a bordo
La bitácora de la embarcación relata dos viajes celebres, del primero sabemos poco: invitaron a navegar a la actriz Libertad Lamarque en un viaje por la costa rosarina que fue comandado por el padre de Chiche.
El Episodio 2 habla de una cena-show arriba de la Bichini. Bueno no, no tan así pero tiene ricos condimentos. La historia nos remonta a los años donde se podía amarrar embarcaciones chicas en la zona de la Aduana, es decir pleno centro rosarino. De repente los pescadores se enteran de que un tal Horacio Guarany estaba buscando por el puerto un lugar donde comer pescado. Walter se acercó y le ofreció llevarlo al rancho donde paraban los lancheros y se armó el gran banquete gran: boga, surubí, dorado, todo frito y a la parrilla para agasajar al invitado. Cuentan que Guarany no quería dejar la velada pero los contratos laborales son así, implican responsabilidad y puntualidad, pero no explicitan las condiciones en las que tiene que subirse al escenario el artista, Vayan a saber cómo sonó esa noche este prócer del folklore nacional.
2# El Museo que no fue
Durante la gestión del Tigre Cavallero al frente de la ciudad de Rosario, un funcionario se enteró que la Bichini estaba fuera de sevicio y se contactó con Chiche para llevársela como objeto de muestra al “futuro Museo del Saladillo” (que nunca fue ¿alguien lo vio?). Pero no hubo acuerdo, porque cuando el funcionario se acercó a conocer este mito viviente de la navegación rosarina dijó “está hecha mierda”, por lo que la respuesta del señor Beggino fue “¿qué quiere, una cero kilómetro?, esto es historia”; y nunca más apareció por el tradicional barrio el hombre en cuestión. Años después, la vueltas de la vida, la Bichini es monumento en el centro de Rosario.