Dice Flor Balestra (ilustradora, diseñadora y productora rosarina) que La Mesa 17 es “la institución de la vida en la vereda”. ¿Y qué es? Es una mesita más del bar Metrópolis que está frente del Distrito Centro, por calle Wheelwright, redonda, sobre patas de caño -esas de Quilmes o Coca-, y es uno de los escenarios que más extraña de la Rosario anterior a la pandemia. No deja de ser una mesita más de un bar cualquiera, pero es la suya.
Es un lugar reiterado entre sus crónicas, un ejercicio diario, donde todas las tardes se acompaña de un cafecito en pocillo, un sodín, lápices y cuadernos.
Es su mundo, necesario, La Mesa 17 es un balcón desde donde mira lo que pasa y que quedará para siempre en sus dibujos. Donde todos los que pasan saludan y muchos se sientan para la clásica charla de café, y para engrosar el ritual de Flor.
Hay una anécdota hermosa sobre todo esto: arriba del bar Metrópolis se ubican dos torres idénticas, de departamentos, pero con entradas propias, en una vive Flor y en la otra vivía el Negro Fontanarrosa. No hace falta explicar que el Negro, viejo defensor de los bares, y que vivió en ese edificio durante los 2000, vivía también en ese bar, donde a veces compartía mesa con Flor.
Ella cuenta que el Negro le dijo: “Antes de mudarme acá, fui a ver un montón de departamtos más lindos que este, pero, ¿sabés por qué me vine acá? Porque tiene un bar abajo”. No importaba que fuera un bar común y corriente, sin mayores atributos, el bar era el mundo en donde pasaban las cosas. Si hasta el Negro financió la rampa y las barandas del bar, necesarias para cuando se agravó la enfermedad que se lo terminó llevando.
Y volviendo a Flor, que es nuestra protagonista, claro; cada momento de vida necesita de su épica. Y su bar tiene la épica de La Mesa 17, una mesa más, donde se ve el mundo propio, lleno de lápices, pinturitas, fibras y papeles. Testigo inmutable de la mesa es la maravillosa exestación Rosario Central y su majestuosa torre del reloj, la fortaleza de ladrillos vistos del otro lado de la calle.
Si pasan por la vereda, la van a ver a Flor, dibujando, hablando, tomando, saludando a los que pasan. Muchas veces son amigos los que pasan, y también se suman al ritual. Miren, allá viene Fede Fristchi, ahí está Coki Debernardi y acá se acaba de sentar Pablo Paván. Así es el amor al bar.