Había una vez en Rosario un teclado de computadora gigante, enorme, incrustado en una pared en plena calle Corrientes, que llamaba la atención de todxs los que pasaban por ahí.
Grandes y chicxs, principalmente los chicos, se azoraban al ver adosado al frente de un edificio un teclado blanco con cada una de sus letritas, la barra espaciadora, el enter y hasta el bloc mayus flotando en el aire.
El teclado, que claramente no había llegado ahí por un hechizo poteriano o porque un Hulk rosarino lo revoleó en un momento de enojo, fue producto de una ingeniosa idea publicitaria de una empresa local. Básicamente una “propaganda”, pero no una más, sino una de las más grandilocuentes y efectivas que tuvo la ciudad.
Viajemos en el tiempo. Nos ubicamos temporalmente a mediados de la década del 90, una época en donde no todos tenían una computadora en casa. Las máquinas de escribir tradicionales y las más recientes electrónicas le hacían lugar en las mesas y escritorios a la era de la modernidad, el combo futurista: monitor de tubo, CPU, teclado y mouse, un kit que parecía llegar de una galaxia muy lejana.

El cartel hoy, en el depósito de la empresa.
Airoldi, la tradicional casa de insumos electrónicos y computadoras rosarina -ubicada en calle Corrientes 733- exponía en su vidriera toda la actualidad informática del momento. Lxs peatones pasaban y se detenían a ver las compus encendidas el día entero tirando colores, cautivándolos y seduciéndoles para que por lo menos entren a preguntar el precio. Y digamos que así fue hasta que las miradas se elevaron al cielo para descubrir la verdadera novedad pero en tamaño XL.
¿Cuándo se instaló? Habría sido por los años 94 o 95 aproximadamente, según dice Carlos Airoldi, el hombre detrás de la idea. Carlos, quién actualmente está alejado de la operatoria diaria de la firma homónima, dice que no recuerda cuándo fue que se colgó, pero no tiene dudas de cómo surgió la idea. La metamorfosis de la máquina de escribir a la computadora de escritorio necesitaba también de un empujón publicitario y él, con esa misión en su cabeza, viajó a Taipei, la capital de Taiwán, buscando las últimas novedades en el rubro… pero se trajo otra cosa, una idea para el negocio.

El teclado gigante en las alturas allá por los 90s.
Aquella tarde, como cualquier otra tarde taiwanesa, llovía y mucho, por eso Carlos -saliendo del salón donde se hacía el evento- decidió resguardarse en el hall del edificio. Para matar el tiempo se distrajo mirando una galería de fotos de otras exposiciones en ese lugar. Todo normal hasta que vio un serrucho incrustado en el piso de ese mismo escenario donde se encontraba parado y se le encendió la lamparita: “¡La única novedad es un teclado gigante!”
El cartel lo fabricó un astillero de lanchas de la zona norte y está hecho enteramente en fibra de vidrio sobre un esqueleto de hierro. Las letras están todas -hasta la Ñ porque es español- y cada una mide 50 cm, dándole vida a un cartel de 10 metros de largo con una altura 2 metros y medio.
¿Fue caro hacerlo? “Sí, pero valió la pena, hasta en Capital Federal llegó a ser famoso”, señala el empresario. “Todos los carteles eran iguales, cuadrados y nada mas, menos el de Barsante que también había hecho algo distinto”. Nota: esto último fue automáticamente un llamado a nuestros sabuesos, que estarán próximamente indagando sobre otro cartel publicitario clásico rosarino.
Pero siguiendo con nuestra crónica, después de mantenerse en cielo rosarino por unos 15 años, las ordenanzas de publicidad en vía pública obligaron a que Airoldi -tras zigzaguear llamados de atención y pagando algunas multas- tuviera que desinstalarlo.
¿Y ahora adónde está? El teclado hoy está en tierra firme, en el estacionamiento del local que la firma tiene en calle San Nicolás y 9 de Julio y ya no se roba la atención de peatones. Si bien no volverán aquellos días dorados para el teclado de compu gigante, (¡atención nostálgicos!) la empresa tiene intenciones de volver a alzarlo y presentarlo en las nuevas instalaciones del polo industrial de Alvear. ¡Será digno de ver!