Foto de portada: Silvio Moriconi.
Hace 11 años atrás Puerto Norte, en Rosario, era un poco distinto a como es ahora, había menos edificios, menos negocios, sus plazas y parques estaban sin terminar, pero sin dudas lo más significativo es que sobre la gigantesca rotonda de Avenida Francia y Avenida de la Costa no había nada. Solo imaginárselo resulta desolador.
Arnet y la Municipalidad ya habían lanzado el concurso de proyectos artísticos para instalar una escultura en ese cruce, pero todavía a los arquitectos Gustavo Augsburger (63) y Daniel Kosik (68) no se les había ocurrido la idea de hacer un barquito de papel gigante. Todavía faltaba que se les ocurra, que la presenten -ya no solo como idea sino como proyecto detallado- y que el jurado la elija por sobre los otros 82 proyectos presentados.
–] Esta sección dedicada al arte y al diseño rosarino está auspiciada por la nueva Licenciatura en Diseño de Comunicación Visual de la Universidad del Gran Rosario. Su plan de estudios apunta a formar profesionales del diseño de la comunicación capaces de crear una comunicación visual 360° que exceda al diseño gráfico. Más data acá [–
El concurso cerraba el 20 de julio de 2012. Diez días antes estos dos amigos de barrio La Florida, navegantes ellos, se dijeron: ¿nos vamos a presentar o no? Los siguientes días fueron puro brainstorming, con caminatas por Puerto Norte y observaciones por las inmediaciones de la rotonda. Tenían varias ideas, pero ninguna los convencía del todo. Uno de esos días, mirando el río desde el bar Caracolas, en la Rambla Catalunya, apareció -como una epifanía- la gloriosa idea de hacer un barquito de papel.
“Por el lugar en donde iba a estar ubicada habíamos definido que queríamos hacer algo en torno al viento y al río”, explica Augsburger. Y Kosik completa: “Cuando apareció la imagen del barquito nos enamoró, nos quedamos flasheados. Éramos los testigos de esa aparición y tuvimos la certeza de que era la idea que queríamos hacer”.
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Bueno, antes de seguir escuchanos un poquito a lo que vamos a decir. Para nosotros esta escultura urbana es una GENIALIDAD. Es tan sencilla como universal (dice Google que el origami y los barquitos de papel se crearon en Japón hace muuucho tiempo atrás) y conecta no solo con la esencia de lxs rosarinxs que la ven a diario sino también con los turistas que llegan a la ciudad, sean de donde sean. En poco tiempo se convirtió en un ícono de la ciudad, un hito urbano tan reconocible como el Monumento a la Bandera, y seguramente mucho más simpático. Así que para nosotros Daniel y Gustavo son héroes de esta ciudad que lucha contra su lado oscuro. En cuanto vos leas la data que viene a continuación el barquito te va a gustar mucho más de lo que te gusta ahora.
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Resulta que el jurado también quedó maravillado con el proyecto del barquito. Así que estos dos arquitectos recibieron el premio de $60 mil. Brindaron con champán para festejar, pero en seguida se pusieron a calcular y vieron que más que un premio era un dolor de cabeza. La obra terminó saliendo $250 mil, así que para poder hacerla tuvieron que salir a buscar sponsors que aportaran materiales y logística. “Fue más difícil buscar los sponsors que hacer la obra”, cuentan. Visitaron 120 empresas, pero solo 11, sí, 11, decidieron arrimar algo. Más que seguro que no se arrepintieron de aquel aporte.
No solo eso, estos dos arquitectos se la rebuscaron casi sin trabajar en su profesión durante seis meses para poder materializar el proyecto que les requirió dedicación full time. “Decidimos hacerlo nosotros con nuestras manos, no quisimos que nos lo hiciera otro. Hicimos todo menos la cimentación”, dice Kosik.
La de Rosario era la cuarta edición del premio Arnet. El concurso ya había dejado esculturas en Puerto Madero, en Tigre y en Córdoba. Todas habían sido obras pequeñas y por ende más baratas. El tema es que la rotonda de Francia y el río es gigantesca y una obra chiquita iba a quedar realmente perdida en esa inmensidad. Para colmo el jurado les pidió que la hicieran todavía más alta como para que nadie pudiera saltarse y meterse adentro. Finalmente, el barcote terminó teniendo 14 metros de largo (la rotonda tiene 30 de diámetro), un verdadero mastodente para el que se usaron 220 metros cuadrados de chapa acanalada.
Desde lo técnico, la estructura del barco está hecha con perfiles c ordenados en rombos, con un revestimiento de chapa tanto por fuera como por dentro. Es imposible de ver, pero por dentro el barquito no tiene piso, fue una resolución tomada para que no acumule agua. En su base hay cimientos que funcionan de agarre, no son para apoyar, porque el barco es liviano, son para sostenerlo y evitar que salga volando en alguna tormenta fuerte.
Durante la construcción se encontraron con muchísimas disyuntivas que pudieron resolver gracias a su pericia arquitectónica. Por ejemplo: “No lo pudimos dibujar con Autocad, es una pieza que cada un milímetro cambia de dimensiones, no tiene un solo ángulo recto. Lo que hicimos para resolver esa cuestión fue que la maqueta que habíamos hecho la empezamos a medir a escala y sacábamos los ángulos de allí, poniendo cartones, engrampándolos y con un transportador los medíamos para poder hacer los plegados de chapa. Tuvimos que inventar en todo momento”, explica Kosik.
Sobre el material que usaron como piel, Kosik explica: “Cuando pensamos en que los íbamos a hacer pensamos en hormigón, en vidrio, en chapa naval… hicimos pruebas y al final quedó la chapa, que es frágil como un papel; al barquito le pegás un codazo y lo abollás”.
-¿Mientras lo estaban haciendo sentían que estaban haciendo algo importante?, les preguntamos.
Augsburger: Yo nunca percibí lo que después terminó pasando, que se terminó convirtiendo en una obra de esa magnitud.
Kosik: A mi me pasó al revés, porque yo sentía que si a nosotros nos había deslumbrado el barquito le iba a pasar lo mismo a todos.
-¿Qué piensan ahora que ya pasaron varios años?
Kosik: Yo creo que la vida me ha hecho un regalo muy fuerte que fue poder hacer el barquito. Porque tiene una potencia tan grande que nosotros mismos no sabemos dimensionar.
Augsburger: Yo siento que a veces uno es el medio para que algo suceda y gracias a dios tocó que seamos nosotros los que hicieron que eso sucediera.
-¿Qué sienten cuando alguno pasa y le pinta algo?
Kosik: Es un avatar que está incluido por estar en un espacio público, pero no me gusta.
Augsburger: A mis las pintadas me rompen las bolas, no me gusta que pinten el barco. Pero hubo una con la que me pasó otra cosa, que fue cuando pusieron “Plomo y humo, el negocio de matar“. En esa pintada me pareció que había como algo en la génesis del barquito que conectaba con eso que estaban poniendo ahí: el río, la naturaleza, vinculado a las quemas y al negocio de las islas. Esa pintada yo sentí que estuvo buena.
Vamos terminando este paseo y Kosik nos tira una data: “Hay una frase de Jaume Plensa, que es un escultor catalán impresionante, y el tipo dice que hacer una escultura en un espacio publico no es solamente hacer algo bello, importante, grande, sino cambiar la vibra del lugar”, cuenta este buen hombre. Y vos que pensas, ¿el barquito cambió la vibra del lugar?